Realmente empezamos a conocer a las personas hasta que convivimos con ellas, cuando nuestra idea de lo que creemos que son se topa con la realidad que la contrasta, cuando nuestras grutas inconscientes se estremecen por el mero aparecer de su presencia.
Las relaciones humanas son como perfumes, los cuales reaccionan de cierta manera de acuerdo al tipo de piel que los absorbe. No todos los perfumes huelen igual en todos. En este sentido, cada piel emite un olor de acuerdo a la reacción que se logra con una química emocional y energética particular. Cada quien se entiende de cierta manera con otros.
Sin embargo, hay mucha gente que se aferra al ideal del olor que creia que cierto perfume le iba a posibilitar, por lo cual refuerzan sus proyecciónes e idealizaciones sobre los demás, conviertiendolos en pruebas y retos de competencia para su desarrollo personal. En pocas palabras, nos obsesionamos con cierta manera de relacionarnos, sin darnos cuenta que al hacerlo modificamos nuestra fracción de participación en dicha relacion. Dicha modificación es un 'subsidio' que nos aleja de nuestra autentica presencia.
Es aquí cuando el perfume que pudieremos ser en suave confluencia se endurece como espejo de interdependencia, que une a ambos elementos en una relación que se mantiene ante las adversidades, que sus respectivos caminos presentan y representan para su incierto futuro.
Aquí es cuando la relación le sirve a los participantes para iluminar esa parte inconsciente, que por distintas causas psicológicas y espirituales sale a relucir en la combustión de la comunión con la pareja ó amistad en cuestión.
El desenlace ideal de este tipo de interacción es que el otro 'nos arranque' la mascara de expectativas y proyecciones con su definida presencia, dejando que el perfume de su natural esencia rellene los ideales que por asertiva circunstancia se nos fueron arrebatádos y canjeados por una fresca cuota de realidad.
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