El desapego está de moda. Se nos dice que no sólo es posible, si no deseable el adecuarse a un estado mental 'vacío' - exento de estímulos externos. Lo irónico es que las funciones inconscientes, físicas, emotivas, sexuales y egoicas del cuerpo representan el apego en si mismo.
El inconsciente es el sotano de los arquetipos colectivos y las vivencias infantiles, mientras que el cuerpo es una maquinaria que debe su desempeño al mundo exterior que lo mantiene. Así mismo, las emociones no sólo se disparan cuando sostenemos ciertas ideas a las que se han aparejado, si no que además son mecanismos de supervivencia y adaptación al medio ambiente, cuya existencia antecede por mucho al desarrollo de la mente y sus designios identitarios. En esa linea, el ego es una herramienta que sólo opera mediante la onerosa identificación con símbolos, letras, palabras y frases, que en un sentido están inscritas en nuestra consciencia.
Y que decir del DNA que nos compone, ese historial de apegos certificados y pegados que sostiene la escalera en espiral que prolonga lo que somos, recuerdos archivados de nuestro largo y arduo camino como especie. De la sexualidad no hay mucho que decir en cuanto al desapego, ya que en si representa una de las actividades más apegadas, ya que nos permite unir las semillas que generan la vida. La trampa biológica está puesta para todos, por eso es imposible e irresistible sucumbir a ella.
La vida es la unión de por los menos dos semillas o elementos. La materia, en ese sentido, es el resultado de un 'sacrificio ritual' de apegos. Y para asegurar esa continuidad física es que transformamos a los sentimientos en aferramientos con nombres y apellidos específicos, creyendo que entes particulares pueden darnos la libertad tan añorada.
En otras palabras, cualquier ejercicio de desapego es una difícil abstracción que contradice a nuestra naturaleza. Desconectar una parte de lo que somos en búsqueda de la trascendencia es negar una parte de lo que nos constituye, acto ciertamente dirigido por un ego afanoso de comodidades espiritualistas.
Ulteriormente, el amor es un concierto de apegos y presencias, mientras que el desapego es un forzoso ejercicio de dualismo egoico, donde la parte material de nuestra existencia debe ser superada y reprimida para dar rienda suelta a una mente supuestamente abstracta y racional, que sabemos tarde o temprano termina comiendose a si misma en eterno aburrimiento platónico de auto validación.
Por eso mejor escojamos los apegos que nos ayuden a crecer y ser mejores, convirtiéndolos en dignas causas para aligerar el sufrimiento que forma parte de nuestra existencia.
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