La confianza se vuelve un activo fundamental en tiempos de despersonalización, ya que cada vez sustituimos más presencia fisica por largas distancias de interconexión cibernética. Por eso dependemos incrementalmente de las referencias virtuales para poder ser alguien en el mundo de las redes sociales, gradualmente transformando nuestra identidad tradicional en una virtual, donde el puntaje y la certeza de los clicks determinan lo que somos.
Es así que la confianza se vuelve una serie de datos técnicos que corroboran nuestro tecno-aislamiento, ya que la confianza anteriormente se ganaba en el terreno, y no sentado frente a un monitor. En esa línea, nuestra forma de hablar también se transforma, porque nuestro lenguaje se va alimentando de esos tecnicismos que nos arrojan las redes, exacerbados por el triunfo de la imagen sobre la palabra y la comprensión de la lectura.
Encima de esto se da un proceso de injerencia de más regulaciones y dictados de un sistema de computo que se super comercializa. Es así como la red nos amarra mediante la trinidad Aplicación-Actualización-Algorítmo, que hace de nuestro comportamiento uno cada vez más predecible, así facilitando la estandarización del nicho y la adicción como patrón de perpetuo consumo.
La privacidad sufre en el camino, ya que se sacrifica en nombre de la feróz seguridad virtual, reflejando de alguna manera lo que sucede en el mundo real-social del que somos conscientes cuando no hay wifi. Ulteriormente el control permea a las redes virtuales que enredan a sus usuarios con tanta oferta y requisito, haciéndolos presas de sus seductores e incesantes contenidos.
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