Un asalto en la rica zona de San Pedro Garza García enciende las alarmas. La noticia se propaga y multiplica en los medios y la población se aterroriza.
Noticias como esa alimentan el fuego de la dichosa ‘inseguridad’, que justifica a cuenta de todavía más impuestos un aparato de corte militar para supuestamente salvarnos. Para ello el ‘contingente’ que ahora nos vigila impone reglas castrenses en afán de seguridad -horarios restringidos, prohibiciones y directrices-, que acaban afectando a los negocios nocturnos (restaurantes, bares y discotecas) que conforman una economía tan formal y legal y necesaria como cualquiera.
Noticias como esa alimentan el fuego de la dichosa ‘inseguridad’, que justifica a cuenta de todavía más impuestos un aparato de corte militar para supuestamente salvarnos. Para ello el ‘contingente’ que ahora nos vigila impone reglas castrenses en afán de seguridad -horarios restringidos, prohibiciones y directrices-, que acaban afectando a los negocios nocturnos (restaurantes, bares y discotecas) que conforman una economía tan formal y legal y necesaria como cualquiera.
Y mientras todo esto sucede, la falta de reglas en cuanto al fenómeno de la construcción permite que las pedreras y sus clientes desarrollistas terminen de depredar la ya de por si árida topografía de una de las ciudades más contaminadas del hemisferio occidental, desplazando por completo al plan de desarrollo urbano, y ciertamente olvidando a la mínima representación pública (baches, basura, transporte, educación, cultura) que se requiere para una civilidad digna.
Entonces, mientras unos cuantos se aprovechan de la falta de reglas, la calidad de vida para las mayorías decrece y la desigualdad aumenta, causas de la criminalidad y la violencia que apenas y comienzan a despertar a un aletargado y comodino Monterrey.
Moraleja, aplicamos pocas reglas para lo más esencial como la calidad de vida, mientras reforzamos desproporcionalmente los limites a las libertades de esparcimiento que son básicas para una economía funcional, que reducen la desigualdad la criminalidad y la violencia.
No obstante, el chisme del asalto de ayer es que los asaltantes eran ‘sudamericanos’. Tal vez un intento de buscar culpables allá afuera muy lejos de casa, negando que el problema se genera aquí mismo donde vivimos con nuestra propia gente.
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