El espíritu escapa al señalamiento y la parroquia,
abunda donde no se le apuntala ni encapsula,
donde no se vende y dosifica, y mucho menos diosifica.
Yace en el espacio entre el estira y afloje, entre la luz y la sombra, entre la silaba y el diptongo, entre el punto y la coma,
ya que el ego y sus palabras apenas vislumbran sus contornos, sus colores y sabores,
que solo se disfrutan con presencia vacia de proyecciones y adivinanzas, que en su afán de certeza realmente le desconocen.
El espíritu es un mar sin navegar, una melena sin peinar, una herida sin cauterizar, un desierto sin atravesar,
un camino sin zurcar, un producto sin caducidad.
Es un caballo que galopa en libertad, cuando no se le persigue, apresura ni censura, se le cuelga o crucifica.
El espíritu es un parrafo sin resumir, es expresión sin subrayar, sin urgencia por enfatizar, ni prisa por comprender. Habita donde no se le etiqueta, se le adoctrina o dogmatiza.
El espíritu simplemente es...
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