‘‘Hasta un bravucón puede ser un héroe si ataca a otros bravucones’’
Jeb Lund (1977-) periodista estadounidense
Las difíciles circunstancias por las que atraviesa la nación de los EUA dificultan que un candidato pacifista antisistema pueda llegar al poder.
Esto quiere decir que el camino burocrático para Bernie Sanders no será nada fácil, ya que la gente en el poder no lo quiere. Apoyo popular por un lado, los poderosos están más preocupados por el surgimiento de Sanders que el de Trump, aunque no lo acepten públicamente.
Los argumentos de Sanders parecen más los de un politólogo reformador que los de un operador político experimentado. El candidato demócrata ha hecho de la crítica a Wall Street y al Complejo burocrático industrial y militar su principal estandarte ideológico. O sea, que en vez de proponer ideas nuevas, simplemente nos recuerda que hay asuntos capitales que deben ser modificados y restaurados, para poder seguir hablando de un sistema republicano.
Y aunque Sanders ha dejado de usar la palabra 'oligarquía' para referirse al 1% que controla todo (para no ofender a los votantes indecisos), su crítica se mantiene firme sobre los que considera responsables de la crisis estructural de la sociedad, su economía y las finanzas públicas.
Dicho eso no debemos olvidar cuál fue el desenlace de los últimos presidentes que cuestionaron a la banca y al militarismo como política exterior. Con esto me refiero a Abraham Lincoln y John F. Kennedy, reformadores que en cierto punto incomodaron a los del poder real, esos que imprimen el dinero y aquellos que los defienden.
Sucesivos presidentes, como Bill Clinton, Ronald Reagan y ciertamente Barack Obama, llegaron al poder con críticas similares, aunque mucho más atemperadas que los victimados en magnicidio. Sin embargo, una vez estrenados en el poder se cercioraron de echar reversa a todo lo prometido.
Ronald Reagan vociferaba a favor de un Estado más pequeño. No obstante, la realidad geoestratégica de la Guerra Fría le obligó a ceder a las presiones del aparato militar, ese que se vendía como necesario para derrotar a la URSS.
Bill Clinton juró defender a los desposeídos, empero no vaciló en firmar –gracias a la seducción de Wall Street– la Ley Glass Steagall, que empoderó a las apuestas y la especulación sobre cualquier otro sector de la sociedad.
¿Y qué decir del premio Nobel de la Paz, Obama, que se ha dedicado a contradecir todo su pacifismo preelectoral, cadena de fracasos en política exterior que nos tiene al borde de una nueva guerra mundial?
Por eso creo que el candidato ideal para el establishment es Donald Trump. Hay que tener en cuenta que más allá del Reality Show preelectoral, ha habido transformaciones fundamentales en la geopolítica del mundo. En pocas palabras, los poderosos saben que otro líder indeciso y timorato como Obama sería letal para la tan cuestionada hegemonía estadounidense.
Trump les ha prometido más guerra y más deuda a los de siempre y por eso es que lo prefieren. En el muy remoto caso que ganara Sanders, no pasaría mucho tiempo antes de que la estructura, la inercia, y las presiones de un Titanic a la deriva se impongan sobre las fantasías reformadoras de un capitán ‘ilustrado’.
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