Sunday 6 March 2016

Alquimia tecnológica


‘‘Una buena persona con valores y principios no es bueno para la televisión’’
Ronda Rousey (1987- ) luchadora estadounidense
Una vez que entendemos que el surgimiento de Donald Trump es el efecto natural de un sistema en crisis, es que podemos indagar en las formas de cómo el poder mediático aprovecha las circunstancias para promover sus personajes televisivos.
Esta practica de ensalzar las cualidades de una persona para legitimarla ante el público es tan antigua como la civilización. En las sociedades tradicionales eran los sacerdotes los que se encargaban de refinar los mitos que elevaban al líder sobre el resto de los mortales, haciéndoles creer que éste debía decidir sobre sus vidas.
En la actualidad son los políticos mismos los que se presentan ante la gente, ya que una tecnología como la televisión les permite amplificar y multiplicar su mensaje ante millones de personas.
Ya sea a través del uso de estatuas, textos, panfletos, radio, TV o memes cibernéticos, la burocracia ha aprovechado los medios de comunicación disponibles al momento para difundir sus promesas ideológicas.
Esto no quiere decir que aunque la TV le otorgue poderes de omnipresencia al candidato, este no necesite de la ayuda ‘alquímica’ de los expertos propagandísticos. De estos depende el preparar a la persona que desea empoderarse, mediante la fabricación del personaje como producto vendible para la masa.
Eso sí, más importante que el producto mismo es la cantidad de veces que éste aparece en las pantallas de TV. Por eso es que el tiempo aire disponible para su mensaje es lo que suele determinar el alcance del mismo, independientemente de la calidad de su contenido.
El mejor ejemplo de esto es el hecho de que Trump ha despuntado del resto de los candidatos, tanto de su partido como de otros. El magnate de la construcción ha recibido mucho más cobertura que cualquiera, por lo que su transfigurada apariencia lenta, pero seguramente se incrusta en las consciencias de las mayorías.
Y si eso no fuere suficiente, su escandaloso discurso es reproducido a su vez por las redes sociales, para ser digerido de distintas maneras por la gente. Dicho de otra forma, para los medios de masa no existe buena o mala publicidad, si no simplemente presencia.
Por eso es que candidatos como Trump invierten tanto de su fortuna para salir en TV. Esto quiere decir que tarde o temprano el honesto discurso de Bernie Sanders se desvanecerá. El reformador demócrata no cuenta con el dinero suficiente, ni con las bondadosas donaciones del establishment corporativo que tanto critica, el cual, ciertamente no lo quiere ver llegar a la presidencia.
Este sistema, que exige una fuerte inversión de capital para la imagen pública, se exacerba en la era de las telecomunicaciones, ya que las mismas son dominadas por la industria del consumo y el espectáculo. Por eso es que hay una profunda relación entre medios de comunicación y política, similar a como en la antigüedad se dio la amalgama entre monarquía y sacerdocio.
En cuanto a la peculiaridad de lo que Trump está tratando de reforzarle al pueblo, se puede decir que es la identidad nacional lo más evidente. El histriónico actor sabe que sus seguidores están decepcionados y enojados con la situación socioeconómica del país. Por eso es que Trump abusa de los ataques contra todo lo que sea distinto a la cultura estadounidense.
Al enfatizar en los enemigos se facilita la construcción mediática de su opuesto utópico. Esta estrategia suele aplicarse cuando un gran grupo de personas brinda su apoyo incondicional a alguien que les es presentado como héroe de película.
En el pasado se nos vendía la salvación eterna, hoy se nos prometen cuantiosas inversiones públicas y un continuo desarrollo económico.
Los mitos de hoy son distintos. Los políticos actuales son publicitados como exitosos y acaudalados, y ya no tanto como hijo de algún dios local.
Eso sí, lo que no hemos podido trascender como especie es la creencia de que un icono cultural, sea este Apollo, Zeus, Luis XVI, Mussolini o Trump, llegará a reivindicar lo que ha fallado en nuestra sociedad.

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