Tuesday, 11 September 2012

Paranoia social y fascismo





El Estado suele ser la pieza más firme de cualquier arreglo social. Este tenderá a elaborar cualquier justificación necesaria para mantenerse  siempre al frente de todo, pase lo que pase. Por eso siempre existirá   la posibilidad de que este se torne igual o mas  violento que las mismas fuerzas que  busque repeler. No importa el retroceso social en calidad de vida que se experimente; la razón de Estado ‘debe’ prevalecer.

Esta arcaica idea lleva con nosotros varios milenios. Y en esa línea los Estados no son buenos ni malos, solo son. Eso quiere decir que la respuesta violenta no se ve como mala; es un medio necesario  y ‘legitimo’ para re-establecer el orden. Entonces la estrategia consiste en definir y refinar  al otro como malo, para después proceder a eliminarlo del espacio público.  En este sentido el Estado se rebaja al nivel de aquellos que busca exterminar, y con eso no solo pierde legitimidad racional, si no que también desacredita al Estado de Derecho mientras dura dicho escenario de batalla.

Es por eso que la persecución del ‘mal’ (el cual raramente es una categoría fácil de definir) termina con la gobernabilidad de cualquier nación. Las autoridades se comportan como un rufián más, y por eso alimentan el espiral de violencia de baja vibración que destruye la vida civilizada. En este sentido es que se dice que el Estado es fallido, ya que lo que gobierna durante este tipo de episodios es la violencia misma. Es entonces cuando la colectividad se centra alrededor de un nivel de consciencia colectiva muy bajo, ya que coloca al miedo como la premisa fundamental. 

El miedo, a su vez, es disparador de otras emociones de muy baja vibración - como el odio, la frustración y la desesperanza. Pero la conducta más fácilmente identificable en la ciudadanía es el egoísmo exacerbado,  ya  que  causa efectos en nuestra psicología y humor, al transformar nuestros rostros y sus expresiones en duros reflejos de lo que se vive y se siente sobre la tierra que se pisa. Por otro lado,  tampoco hay que olvidar que esta emoción potencializada a gran escala  destroza cualquier sentido de colectividad, ya que el auto-exilio de las calles y el aislamiento social correspondiente son unas de sus principales características.

El egoísmo publico nos lleva a la cerrazón  en esa búsqueda de la seguridad perdida. Entonces se incrementa  la desconfianza hacia el vecino y   cualquiera se vuelve sospechoso. De aquí surge la cultura de la denuncia, la cual corrobora y profundiza dicha desconfianza. Y la respuesta del Estado ha sido históricamente la misma: ofrece mayor vigilancia y rondines policíacos/militares. El resultado natural de esto es el excesivo gasto y burocratización, que eventualmente se sedimenta en pro de esa seguridad que se promete. Un resultado de esto es que ese tipo de  política pública se institucionaliza al grado de convertirse en una  rama estatal cada vez mas administrada, que requiere de cada vez mas capital para sanear sus operaciones, las cuales al llegar a cierto punto, requerirán de cuantiosos enemigos reales o simulados para justificarse. Es por eso que el autoritarismo se perpetua y el sistema se  vuelve auto-referencial. El problema inicial se ha consolidado como practica cotidiana, - institucionalizada - la cual termina convirtiéndose en un supuesto ‘servicio  público’ que una ciudadanía cada vez mas asustada reclama a  gritos.

La necesidad inicial de restauración del orden público convierte  al que la persigue en una obstrucción a esa misma forma de vida civilizada tan anhelada. Es en esta etapa cuando se ha perdido de vista el problema inicial, ya que las necesidades de legitimar lo que se hace para solucionarlo crecen de forma astronómica, arrastrando en su camino hasta a los mismos medios de comunicación que lo informan todo. Es aquí cuando puede decirse que hemos pasado del autoritarismo - como política pública - al fascismo  como sistema. La violencia y el control crecen. Y el desmantelamiento del sistema de seguridad y vigilancia se imposibilita a esas alturas. Por eso es muy  difícil  transitar de regreso a un   acuerdo republicano.

La paradoja del control reside en que la tecnología termina recetándose como estrategia liberadora, aunque en la practica exacerbe más miedo – y por ende mas egoísmo – que acaba por minar las relaciones sociales de la comunidad. Al responder con violencia nos arrojamos de facto al nivel de consciencia del adversario. La formula es sencilla, en ausencia de confianza institucionalizada mayor será el autoritarismo. Las cámaras de vigilancia no solo ayudan a identificar criminales. Representan el poder visual que un Estado desconfiado mantiene y refleja sobre  su territorio y sus súbditos.


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