Tuesday 26 February 2013

El entretenimiento como propaganda cultural




Las coincidencias entre el espectáculo, la política y la religión han sido una constante de nuestra historia, y la más reciente entrega al premio de la mejor película en los Oscares no fue la excepción. La primera dama de Estados Unidos nombró a ‘Argo’ como la ganadora, película que muestra la versión narrada unilateral del ‘triunfador’ de un conflicto contra Irán, país que está en el ojo del huracán en la actualidad dada su supuesta culpabilidad en afán de desestabilizar al mundo. 

Lo que refleja este hecho, primero que nada, es que la política de Estados Unidos esta directamente relacionada a una cultura del espectáculo, ya que es este mismo el que se ha encargado de manufacturar gran parte de su cultura.  Hollywood es el equivalente televisado del antiguo Coliseo Romano. Esta  industria proyecta sus batallas y demás peripecias hasta la mismísima sala de las casas de los millones de ciudadanos, que consciente o inconscientemente moldean sus personalidades y lealtades nacionales en el camino.

El cine en Estados Unidos tiende cada vez más a la violencia, y muchas de las  películas recientemente premiadas hacen uso perpetuo de ella para sobreponerse a sus rivales. En este sentido lo que vemos es una industria cultural que se dedica a manufacturar contenidos que modifican la percepción que del mundo tiene su ciudadanía, a la cual se le ha vendido la grandeza de la nación como incuestionable, en algo mejor conocido como el excepcionalismo  americano. En este línea el film ganador refrenda los valores americanos más ‘competitivos’, pero lo hacen en una forma antagónica y por contraposición. O sea, somos los mejores porque siempre vencemos al oponente, el cual por lógica sucumbe ante nuestra superioridad cultural.   La función propagandística de Hollywood sale de nuevo a relucir. Pero la identidad nacional americana no se refrenda sobre si misma y sus bondades domesticas, si no que lo hace sobre la de otros, que yacen derrotados ante su majestad imperial.

Por su lado también existe la critica a ‘Zero Dark Thirty’, largometraje  que vanagloria y legitima el uso de tortura y el asesinato de personas de forma extra-judicial,  en franca violación de soberanías extranjeras y tratados internacionales. Lo que subyace a todo esto es el interés de la CIA, el Pentágono, y otras instituciones bélicas  de lavar muchos de sus recientes pecados alrededor del mundo. Estos brazos corporativos exportadores de  la identidad americana ganan muchísimo con una imagen  favorecedora, y que mejor que las pantallas de billones para propagar el milagro.

Pero esto no es el único ejemplo de propaganda con fines políticos y sociales. La mejor comparación histórica de esto fue la practica romana de la  creencia religiosa mistérica llamada Mitraismo.  Esta especie de culto aristocrático (Siglo I  d.c.) celebraba la muerte ritualista de un toro a manos de Mitras, el inconquistado rey solar de la luz, ironicamente importado de Persia, hoy Irán. Independientemente de la motivación original de dicho culto, sus efectos en Roma legitimaban la violencia, gracias a que sus rituales se popularizaron  entre los combates gladiatoriales y las clases militares, las cuales trabajaban para un imperio que también se juraba excepcional.



Esta practica maniquea (lucha entre el bien y el mal) se extendió a los confines del mundo conocido, el cual era anexado  incesantemente al Imperio a través de las legiones de  guerra (las corporaciones de ayer). Los romanos ofrecían la ciudadanía a los pueblos conquistados - como hoy se les ofrece la democracia y la libertad a los conquistados y saqueados por EUA. El soldado romano participaba en el sacrificio triunfal del toro, pero siempre y cuando se  lograba el éxito militar en el campo de batalla foráneo. 

Y este esquema se reproducía  de forma similar en casa, dentro del mismo coliseo, en donde los premios y castigos se obtenían igual, de forma excesivamente violenta y espectacular. Esto quiere decir que la violencia que se vivía adentro también ocurría afuera, legitimándolo todo en función de las bondades ciudadanas que el Imperio ofrecía como máximo recurso humano y civilizatorio. La expansión del Imperio se daba gracias al merito que muchos de sus  defensores pagaban hasta  con sangre para obtener. Esto fue fuente de expansionismo, de entretenimiento y de violencia domestica y foránea  por siglos.

Los soldados estadounidenses de hoy luchan en contra del ‘mal’ para intercambiarlo por democracia y libertad, pero este  siempre está más allá de sus fronteras, donde casualmente se encuentran los recursos naturales y el acceso  a  mercados de todo tipo. Y todo esto sucede mientras el pueblo  les aplaude desde las salas de cines y de sus propias casas -  los llamados nuevos coliseos - desde donde se les instruye en ciudadanía, base necesaria de donde surgirá  el futuro y constante apoyo bélico, que mediante el sacrificio de sus hijos como soldados, mantendrán dicho negocio permanentemente bien lubricado. 


3 comments:

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  2. Susana Valdés levy4 March 2014 at 16:02

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