Las
coincidencias entre el espectáculo, la política y la religión han sido una
constante de nuestra historia, y la más reciente entrega al premio de la mejor
película en los Oscares no fue la excepción. La primera dama de Estados Unidos nombró
a ‘Argo’ como la ganadora, película que muestra la versión narrada unilateral
del ‘triunfador’ de un conflicto contra Irán, país que está en el ojo del
huracán en la actualidad dada su supuesta culpabilidad en afán de desestabilizar
al mundo.
Lo que
refleja este hecho, primero que nada, es que la política de Estados Unidos esta
directamente relacionada a una cultura del espectáculo, ya que es este mismo el
que se ha encargado de manufacturar gran parte de su cultura. Hollywood es el equivalente televisado del
antiguo Coliseo Romano. Esta industria proyecta
sus batallas y demás peripecias hasta la mismísima sala de las casas de los
millones de ciudadanos, que consciente o inconscientemente moldean sus personalidades
y lealtades nacionales en el camino.
El cine
en Estados Unidos tiende cada vez más a la violencia, y muchas de las películas recientemente premiadas hacen uso
perpetuo de ella para sobreponerse a sus rivales. En este sentido lo que vemos
es una industria cultural que se dedica a manufacturar contenidos que modifican
la percepción que del mundo tiene su ciudadanía, a la cual se le ha vendido la
grandeza de la nación como incuestionable, en algo mejor conocido como el excepcionalismo americano. En este línea el film ganador refrenda los valores americanos más ‘competitivos’,
pero lo hacen en una forma antagónica y por contraposición. O sea, somos los
mejores porque siempre vencemos al oponente, el cual por lógica sucumbe ante
nuestra superioridad cultural. La
función propagandística de Hollywood sale de nuevo a relucir. Pero la identidad nacional americana no se refrenda sobre si misma y sus bondades domesticas, si no que lo hace sobre la de otros, que yacen derrotados ante su majestad imperial.
Por su
lado también existe la critica a ‘Zero Dark Thirty’, largometraje que vanagloria y legitima el uso de tortura y
el asesinato de personas de forma extra-judicial, en franca violación de soberanías extranjeras
y tratados internacionales. Lo que subyace a todo esto es el interés de la CIA,
el Pentágono, y otras instituciones bélicas de lavar muchos de sus recientes
pecados alrededor del mundo. Estos brazos corporativos exportadores de la identidad americana ganan muchísimo con
una imagen favorecedora, y que mejor que
las pantallas de billones para propagar el milagro.
Pero
esto no es el único ejemplo de propaganda con fines políticos y sociales. La
mejor comparación histórica de esto fue la practica romana de la creencia religiosa mistérica llamada
Mitraismo. Esta especie de culto
aristocrático (Siglo I d.c.) celebraba la muerte ritualista de un toro a manos
de Mitras, el inconquistado rey solar de la luz, ironicamente importado de Persia, hoy Irán. Independientemente de la motivación original
de dicho culto, sus efectos en Roma legitimaban la violencia, gracias a que sus rituales
se popularizaron entre los combates gladiatoriales y las clases
militares, las cuales trabajaban para un imperio que también se juraba
excepcional.
Esta
practica maniquea (lucha entre el bien y el mal) se extendió a los confines del
mundo conocido, el cual era anexado incesantemente al Imperio a través de las legiones de guerra (las corporaciones de ayer). Los
romanos ofrecían la ciudadanía a los pueblos conquistados - como hoy se les
ofrece la democracia y la libertad a los conquistados y saqueados por EUA. El
soldado romano participaba en el sacrificio triunfal del toro, pero siempre y
cuando se lograba el éxito militar en el
campo de batalla foráneo.
Y este esquema se reproducía de forma similar en casa, dentro del mismo
coliseo, en donde los premios y castigos se obtenían igual, de forma
excesivamente violenta y espectacular. Esto quiere decir que la violencia que
se vivía adentro también ocurría afuera, legitimándolo todo en función de las
bondades ciudadanas que el Imperio ofrecía como máximo recurso humano y
civilizatorio. La expansión del Imperio se daba gracias al merito que muchos
de sus defensores pagaban hasta con sangre para obtener. Esto fue fuente de expansionismo,
de entretenimiento y de violencia domestica y foránea por siglos.
Los
soldados estadounidenses de hoy luchan en contra del ‘mal’ para intercambiarlo
por democracia y libertad, pero este siempre está más allá de sus
fronteras, donde casualmente se encuentran los recursos naturales y el
acceso a mercados de todo tipo. Y todo
esto sucede mientras el pueblo les aplaude
desde las salas de cines y de sus propias casas - los llamados nuevos coliseos - desde donde se les
instruye en ciudadanía, base necesaria de donde surgirá el futuro y constante apoyo bélico, que
mediante el sacrificio de sus hijos como soldados, mantendrán dicho negocio permanentemente
bien lubricado.
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