Sunday 23 August 2015

El colapso moral del patriarca

'La población ideal sostenible es de más de 500 millones pero menos de 1000'

'Metas para la humanidad', Club de Roma

Por más doloroso que sea, hay que aceptar que la guerra, y en sí el control del tamaño de la población, ha sido la constante desde que hacemos civilización.

De hecho no podemos hablar de civilización sin considerar tres elementos clave que la permiten, como son el Estado, la ciudad y la cultura, todos emblemáticos de nuestra forma de organizarnos como especie.

O sea, que desde la antigua Mesopotamia las autoridades han manipulado la cantidad de gente que contienen las ciudades, para que no rebasen por mucho los recursos disponibles para mantenerlas.

Por eso se inventó la moralidad pública, la cual fue después capitalizada por las religiones organizadas para ayudar al monarca en su titánica labor de organización colectiva.

En ese sentido, estas instituciones de corte patriarcal lograron sostener a la población estable durante milenios, hasta que los cambios en la estructura socioeconómica de las urbes medievales empoderaron a otros grupos, como son los comerciantes y mercaderes, que catapultaron a la Europa feudal hacia el Renacimiento.

No es casualidad que el siglo XIV marcara un parteaguas en la historia del capitalismo europeo, ya que fue gracias a la alta mortandad causada por la Peste Negra y Bubónica, que los terratenientes finalmente se liberaron del control patriarcal bajo el cual habían estado sometidos por siglos.

Irónicamente la escasez de seres humanos (hasta una tercera parte de la población de Europa pereció con la Peste) encareció los salarios y los precio de las tierras, realidades que facilitaron la consolidación económica del incipiente capitalismo que venía formándose desde antaño.

Lo que trato de decir es que paradójicamente no todos pierden cuando alguien muere, lo que nos sirve para entender el porqué los poderosos siempre recurren a la muerte a gran escala para ‘‘refinar’’ sus métodos de ingeniería social.

Otro buen ejemplo histórico de esto fue el militarismo e imperialismo napoleónico, época en donde inicia la ‘‘moderna’’ mentalidad de guerra total que todavía hoy ensalza nuestras conflagraciones. Guerra total simplemente quiere decir que se utilizan enormes cantidades de gente para pelear, las cuales son sacrificadas en masa en pro del supuesto ‘‘buen’’ fin para el que fueron reclutadas. Aquí vale la pena resaltar al pensador de aquellos tiempos llamado Thomas Malthus, quien publicó un ensayo sobre el ‘principio de la población’, el cual se refiere a un mundo que para los albores del Siglo XIX ya superaba los 1000 millones de habitantes.

Es cierto que los imperios de ahora evitan el mayor numero de bajas propias. Sin embargo, los millones de muertos que resultan de un año bélico promedio, evidencian que la externalización de conflicto perpetuo se ha convertido en una forma de expandir el capitalismo. Primero porque te quedas con los recursos de quien fulminas. Segundo por el caudal de ganancias que la reconstrucción y la venta de armas te genera. Tercero porque preservas tu control sobre las finanzas, los mercados y la geoestrategia del mundo en el proceso.

Otro ‘‘plus’’ para los asesinos institucionalizados es que mantienen entretenida a su población doméstica, la cual es disuadida de sus propios problemas mediante el perpetuo simulacro salvacionista, al que son expuestos a través de los medios de masa.

Pero no crea, estimado lector, que los imperios claudican de rebajar sus propias poblaciones, con todo y la exportación del sufrimiento que los enriquece. Es mediante la comida chatarra, las armas y las farmacéuticas y sus venenos, que se conserva a la población mermada, lo cual, comoquiera que sea, sucede en una proporción mucho menor a lo que se hace fuera de casa.

Todo esto nos sirve para entender porque los genocidios siempre son perpetrados en contra de quienes –por lógica económica– son sacrificables, esto de acuerdo a su clase social y composición racial. En pocas palabras, para algunos es rentable matar a pobres y demás grupos desposeídos, lo cual se vuelve más urgente cuando éstos se concientizan de la opresión sistémica de la que son víctimas.

No hay que asustarnos, entonces, de que algunos ciegos en el poder confundan modernidad con la barbarie del genocidio selectivo. Para ellos es más fácil tratar de forzar el sistema de siempre, mientras hacen negocio con la muerte ajena. Prefieren confundir que educar e incluir, ya que encima de todo, la incertidumbre de la guerra civil les sirve para amedrentar al resto de la población, con lo cual controlan las expectativas de una sociedad que por eterno descuido enajenaron.

Ulteriormente, el Estado siempre ha jugado con nuestras vidas como piececillas de tablero administrativo, moviéndolas o eliminándolas de acuerdo a los intereses y las alianzas en turno.

Para saber si en la ciudad que radicas ocurre esta inhumana forma de operar, revisa los números de gente que ahí habitan, junto con los índices de pobreza, la deuda pública y los recursos naturales disponibles al momento.

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