Sunday 9 August 2015

De provincias financieras y territoriales

'Cada país tiene el circo que se merece'

-Erica Jong (1942-) escritora estadounidense


México depende cada vez más de EUA y sus dólares, dominio financiero similar al sufrido por Grecia en su relación con la Unión Europea.

Ya no es necesario ocupar los países territorialmente como en la antigüedad. Ahora el imperialismo crea mecanismos económicos y monetarios desiguales para enlazar a los Estados, lo que eventualmente obliga a los más débiles a someterse a las deudas y al sacrificio de sus recursos estratégicos.

Sin embargo, el caso mexicano es especial, ya que aunque en teoría todavía somos un país independiente, en la práctica formamos parte de la esfera de influencia de EUA, misma que se ha convertido (a partir de los atentados del 9/11) en una área de seguridad militar estadounidense, que incluye a Canadá.

Para entender este proceso de integración forzada no hay mejor ejemplo que el clásico Imperio romano, el cual como EUA ahora, fue abriendo cada vez más frentes a la par que creaba más enemigos, como efecto natural de su expansión.

De hecho, una de las primeras provincias absorbidas por Roma fue Grecia, la cual formó la base cultural, arquitectónica, y religiosa del naciente Imperio latino.

EUA, por su parte, inició su etapa imperial durante la guerra civil, la cual finalizó con la adhesión del sur confederado y esclavista. Pero la beligerancia no acabó ahí, ya que la proliferación de armas que resultó de ese conflicto motivó el avance sobre tierras mexicanas, que significó la perdida de más de la mitad del territorio de este lado de la frontera. 

La principal diferencia entre los Estados Unidos del Siglo XIX y la Roma del Siglo II a.C. es que Washington no estaba interesado en la totalidad del terreno mexicano, esto por asuntos raciales y culturales. O sea, EUA no quiso integrar a su nación al indígena mexicano ni al legado católico español. Por eso fue que se conformaron con lo ya obtenido.

Mucho se ha dicho sobre la intervención estadounidense durante la Revolución mexicana, desenlace que comoquiera que sea convino a los intereses de la Doctrina Monroe. América para los americanos fue la estrategia que el Tío Sam ejerció durante el Siglo XX, periodo en que logró expulsar a los europeos con los que compitió por el control del continente.
 
Realmente no fue hasta finales de la Segunda Guerra Mundial que Washington consolidó su liderazgo sobre lo que hoy conocemos como Occidente, paradigma geopolítico que, gracias a la fundación de instituciones financieras transnacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), transformó al mundo. 
EUA no quería ser tildado de imperio tradicional, y fue por eso que optó por el control del comercio y los mercados energéticos y financieros, que actualmente definen su estilo globalizador.

Es en esa línea que se dio la inyección de fondos del FMI para México en 1982, suceso neoliberal que inauguró la ‘diplomacia financiera’  que hoy nos tiene contra las cuerdas del servilismo crediticio. 12 años después vendría el Tratado de Libre Comercio, el cual además de incrementar el tráfico de bienes y servicios, también radicalizó el enlace neoliberal que hoy facilita la ‘transfusión’ de sangre corporativa.

Es así como las enormes reservas de dólares, que son defendidas a muerte por el clero burocrático, nos convierten en provincia financiera como la Grecia contemporánea. Y aunque, a diferencia de Atenas, México tiene su moneda propia, la creciente demanda de dólares limita nuestra capacidad de maniobra, triste refrendo de la poca soberanía de la que disponemos.

Por eso, a mayor flujo del crédito –para paliar una economía estancada por la guerra civil, la burocracia y la corrupción– vemos una mayor proliferación del espectáculo, ese que sirve para camuflar la realidad privatizadora que se lleva todo de encuentro.

Las crecientes deudas nos obligan a vender empresas y recursos estratégicos para poder pagar y sobrevivir, circulo vicioso que profundiza los abismos socioeconómicos, los cuales son ‘paliados’ con cada vez más militarización.

La represión es la respuesta dura a la resistencia al capitalismo depredador en forma de protestas. La opresión es el efecto obvio de la subida de impuestos para pagar los intereses de la eterna deuda generada por un Estado policiaco subsidiado en dólares, que desde Mérida nos recuerdan que el tributo financiero ha suplantado a la ocupación territorial de antaño.

Es cuestión de darse una vuelta por algunas de las históricas exprovincias romanas para observar de primera mano cómo la multiplicación de estadios y coliseos simbolizaba la metástasis de una forma de vida abusiva y centralizadora.

Entre más pérdida de poder adquisitivo y autonomía, más se nos receta estandarización cultural y entorpecimiento del discurso público, lo cual facilita su trabajo de indoctrinación y homologación en más de lo mismo.

Hemos claudicado de lo republicano, y por eso es que llenamos el espacio mediático de propaganda, actores, héroes, títeres y miedo, que desde los tiempos romanos se usan para maquillar la realidad y disuadirnos de las causas de la fricción social.

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