Thursday 14 January 2016

El enderezador de identidades

‘‘El más hábil es arrastrado por el más débil y aburrido, quien necesariamente establece la norma, ya que no puede elevarse, mientras que el otro sí puede caer’’
James George Frazer (1854-1941) antropólogo escocés

La pesquisa del “Chapo” representa el triunfo del bien sobre el mal, por lo menos desde la mitología de la guerra contra las drogas.
Ulteriormente, lo que el Estado busca es reposicionar al Presidente como la figura central de la identidad política de la nación. El Ejecutivo debe parecer lo suficientemente fuerte y capaz ante la ciudadanía, para tratar de apaciguar el descontento que por distintos motivos ha desestabilizado la gobernabilidad. Aparte de esto está la obvia urgencia por capturar a alguien tan popular como “El Chapo”, que hace quedar mal a los líderes oficiales por sus cualidades empresariales efectivas, aunque ilícitas.
Esta práctica, de empoderar al líder desde lo propagandístico, es tan antigua como la civilización. De hecho, pudiera aseverarse que la leyenda de Gilgamesh (Mesopotamia, 2,700 a.C.) fue uno de los primeros intentos profesionales de seducir al pueblo, utilizando relatos donde se agiganta la figura del monarca, quien enfrenta y vence a su némesis.
Dichos relatos suelen presentar batallas heroicas entre buenos y malos, siendo estos últimos los chivos expiatorios, que deben ser sacrificados para darle continuidad y orden a la colectividad.
El enemigo tiene una cara doble, por un lado cumple con la función antropológica de unir al grupo bajo un fin común. “Nos identificamos como similares a diferencia de aquellos”. Y por el lado político, tiene la finalidad de encumbrar al líder del grupo que representa nuestra identidad.
Éste se encargará de lanzar la batalla contra el enemigo en cuestión, ese que pone en entredicho nuestra supervivencia. Esto fortalece al líder en ambos sentidos, en la homologación del grupo, y en el refrendo de su poder al frente del mismo.
En este sentido “El Chapo” no es más que un actor. “Bandidos” como él conforman la narrativa novelada que se le presenta al pueblo como política pública, y tristemente como significación cultural. Se creyó que con esto técnicamente solventaríamos, o por lo menos reprimiríamos psicológicamente, la imperante crisis estructural e institucional de la nación. Se nos unió como pueblo “cruzado” bajo la bandera del bien, en contra de aquellos que “sacrifican” nuestro presente y nos roban el futuro.
Lo más interesante de todo este espectáculo es que fue coordinado con la algarabía y propaganda que se está generando previo a la visita del papa Francisco. La razón es también histórica. En la columna anterior le platique sobre cómo algunos políticos utilizan la religión para reconstruir la base de la identidad cultural de las naciones.
En esta línea, la telenovela de la captura del “Chapo” tiene la función de tratar de reforzar la punta de la pirámide de la identidad política. En síntesis, identidad cultural e identidad política suman la identidad nacional, esa que bajo condiciones normales debiese construirse gradualmente, educando y ofreciendo trabajo digno para lograr la movilidad social tan añorada.
En el ajedrez dicha movida se llama “enroque”, donde la torre rompe con urgencia su protocolo natural para proteger al desvalido rey. Cabe destacar que el enroque es la única ocasión en donde se hacen dos movimientos a la vez, así como la coordinación propagandística de lo del “Chapo” y lo del Papa.
Irónicamente, al Papa le tocará darle el “visto bueno” a un líder empantanado.
Sin embargo, en un país donde la gente todavía se refiere a sus representantes como “nuestro señor gobernador”, todo este circo será visto y reportado como un evento cualquiera.

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