Sunday 20 September 2015

Pirañas corporativas

‘‘Maximizar el valor del accionista es la idea más tonta del mundo’’

Jack Welch (1935-) empresario estadounidense


El desenfrenado poder de los grupos de cabildeo corporativo ponen en entredicho la gobernabilidad y la democracia. 

Los grupos de interés son característicos de los sistemas democráticos, ya que permiten la expresión colectiva de ideas políticas y necesidades sociales de todo tipo. De hecho, Alexis de Tocqueville consideraba que la libertad de asociación era la garantía básica contra la tiranía de la mayoría, la cual, por su tamaño, simplemente abruma a cualquier minoría desorganizada.

Sin embargo, una cosa es organizarte desde lo comunitario para expresar tu opinión, y otra muy distinta es utilizar grandes cantidades de dinero para sobornar a la clase política, tratando con ello de favorecer tu causa privada.

Fue en este sentido que James Madison, uno de los padres fundadores de los EUA, nos alertó de la posibilidad de que dichos grupos de interés actuaran realmente como facciones, capturando la maquinaria del Estado para coaccionarla en su propio beneficio y en contra del bien común.

Es en esta línea que actualmente se conducen los grupos de cabildeo institucionales, que representan los intereses de un manojo de corporaciones, y que con su accionar limitan el poder de la política para lograr cambios fundamentales en la sociedad.

Las principales estructuras políticas del Estado son sus tres poderes tradicionales –ejecutivo, legislativo y judicial–, el ‘sedimento’ burocrático que detenta el poder esencial de la república.

Dicho sedimento está siendo metafóricamente ‘frackeado’ por los grupos de cabildeo, que con su interesado proceder succionan la miel que lubrica los haberes de las mayorías. Dicho de otra forma, las corporaciones –gracias a la intercesión del cabildeo– no sólo acumulan cada vez más riqueza en el pico de la pirámide de los unos por cientos, sino que, gracias a su influencia mercantilista, también controlan cada vez más las decisiones políticas que a todos nos conciernen. 
Entonces, no sólo los mercados son intervenidos para dirigirlos a favor de los poderosos, sino también la política y las variables económicas mismas. Es así que de facto hemos transitado hacia un capitalismo corporativista que planea la economía. Esto es algo totalmente contradictorio a la ideología imperante, si consideramos que la planeación económica sucedía únicamente bajo regímenes socialistas y comunistas.

Los adversos efectos de esta forma de operar son muy evidentes. El más obvio es la desigualdad socioeconómica, que como sabemos, exacerba la represión y la violencia. Otro resultado negativo es la productividad económica, que se ha venido abajo por una combinación de factores, entre ellos una recesión global aderezada con la centralización de la productividad.

Me explico. La productividad por lo general se determina colectivamente, ya que implica a la sociedad en su totalidad, que con sus actividades de trabajo e intercambio, generan ese valor agregado que lubrica a la economía. En su lugar lo que tenemos ahora es a un pequeño grupo de corporaciones al frente de la productividad, ya que su influencia política le ha arrebatado a las mayorías la opinión política y la participación económica, que alguna vez fueron clave para determinar el rumbo de la nación.

Dichos monopolios corporativos destruyen las cadenas productivas. Encima de esto, los cabilderos usan su influencia política para reducir el salario de los trabajadores, lo que a la postre afecta el poder de compra, arrastrando con ello la demanda por los bienes y servicios, cuyo flujo determinan la salud de cualquier economía.

Es así que lo que sistematiza es la corrupción, la desigualdad y el influyentismo para beneficio de unas cuantas facciones, que como dijo Madison, provocan el descontento y la ingobernabilidad de las naciones.

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