Sunday 28 December 2014

La calle es el termometro

´La policía está aterrorizando a la población´
-Denise Dresser (1963- ) politóloga mexicana

Las calles mexicanas se han convertido en arenas donde los gobernadores y presidentes municipales compiten contra el gobierno federal por la supremacía.

Parte de la estrategia de control priísta en su retorno al poder ha sido mantener esa ´guerra contra las drogas´ que justifica al enorme aparato militar que dispara el gasto público. He venido diciendo que esto es parte de un plan para contener los brotes de inconformidad, que se han agudizado de acuerdo a las circunstancias socioeconómicas del país.

Dicho esto, es importante resaltar que existen otras razones por las que al PRI le conviene mantener dicha estructura. Aquí entra el concepto de ´feuderalismo´ que estuvo en boga durante los sexenios panistas. Este se refiere al poder que amasaron los gobernadores en sus propios estados (feudos), debido a la reticencia panista de perpetuar el tradicional presidencialismo priísta. Una de las principales críticas de la oposición albiazul había sido específicamente esa, el que un presidencialismo recalcitrante era contraproducente para la democracia. Fue así que, cuando llegaron al poder, cedieron el poder totalitario del Ejecutivo al Legislativo. 

Es por eso que el PRI aprovechó a unas fuerzas federales disponibles para recuperar el terreno perdido durante dos sexenios. El mejor ejemplo de esto es Nuevo León, estado que años atrás fue llenado de elementos del Ejercito y la Marina bajo el esquema de ´seguridad´ que tiene más de una década con nosotros. La respuesta del gobernador del estado ante el intento de centralización del poder hacia la federación fue la creación de la Fuerza Civil, organismo público-privado que se publicitó como la respuesta local a los problemas de inseguridad. 

Cabe recordar que uno de los efectos de esto fue la propia disputa por el control de la ciudad de Monterrey entre el gobernador y la alcaldesa, cuando el primero aclaró que ´Las instituciones del estado de Nuevo León entran a todo el estado de Nuevo León, o sea, el municipio de Monterrey no es una isla, Fuerza Civil, la Policía Ministerial, todas las instituciones de seguridad del estado entran a todo el estado de Nuevo León, no nada más a un lugar u a otro, independientemente de las responsabilidades municipales que se tengan´. 

En este sentido, la lucha de poder entre estado y municipio era solo un capítulo de lo que sucedía como narrativa a escala nacional. Entonces, ese afán de proveernos ´seguridad´ terminó legitimando al aparato bélico, pero ahora también para ´solventar´ las disputas de poder locales y regionales. 

Esta carrera por ofrecer la mejor seguridad acabó siendo utilizada para realzar la imagen de los líderes ante una ciudadanía cada vez más aterrorizada por el constante incremento de elementos policiales y militares, los cuales ya comparten el mismo armamento. La policía de facto se militarizó cuando adquirió armas largas, lo cual puede verse como un mando único, por lo menos desde el equipamiento beligerante con el que todos se revisten. 

Pero la cosa no para ahí, ya que, por otro lado, la proliferación de hombres armados le ha servido al Estado como estrategia de contratación masiva, o sea, este crece cada vez más no solo en atribuciones, sino también en el tamaño de su nómina pública. El presupuesto para las fuerzas armadas y policiales ha aumentado astronómicamente sobre otros rubros, por lo cual no hay que sorprenderse de que el gasto público haya sobrepasado los límites de lo civilizado.

En su afán de centralizar el poder y predominar sobre los gobernadores, el Estado desató una lucha por las calles, esas venas públicas por las cuales alguna vez fluyó la sangre ciudadana. Es por eso que lo que vemos hoy sobre el concreto es el reflejo de la corrupción más anquilosada. 

Los baches y las pésimas calles siempre han sido el resultado de la negligencia cortoplacista, con la mentalidad de ´en el bacheo está el ganeo´. Sobre eso ahora hay que empalmar el hecho de que los presupuestos para seguridad se han comido a mucho del resto que se destinaba a servicios públicos de calidad. 

De manera casi medieval tenemos ahora a miles de policías montados sobre sus ´caballos de metal´ aterrorizando a la campiña con su paso súper luminoso. Hemos distorsionado la seguridad pública al grado de convertir a los policías en acosadores, apegados a una filosofía que criminaliza a la ciudadanía de antemano, ya que solo así puede justificarse su amplificada presencia.

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