Sunday 21 December 2014

La banca corporativa destruyó al Estado-nación

“Los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos  permanentes”
Thomas Jefferson (1743-1826) exPresidente de EUA

El modelo de Estado-nación tradicional ha fracasado en su afán de mantener  unidas a las mayorías, debido a los excesos de una banca trasnacional sin límites aferrada al dinero.

Ejemplos como EUA, España y México evidencian lo difícil que es tener bajo control a la banca privada, ese grupo de poderosos que no respeta  identidades nacionales más que en el papel.

Hay que recordar que las naciones se planearon para ser proyectos duraderos, basados en una identidad única para millones de personas que habitarían el “territorio nacional”. Para esto había que crear una moneda común, para consolidar el poder político y económico del Estado sobre los grupos que todavía hacían del trueque su forma tradicional de comercio. Para ello fue fundamental que el Estado fincase una relación cercana con los bancos, mismos que se fueron posicionando como los que movían el dinero, relación esencial en el camino hacia el progreso y el desarrollo socio económico de los pueblos.

El problema en este relato es que la banca gradualmente se fue fortaleciendo sobre otros elementos sociales, ya que le tocó ser el eje de la expansión del capitalismo, que despegó gracias a su maridaje con una industrialización dirigida por el Estado.

Es por eso que la regulación eficaz de la banca siempre fue una fantasía, ya que por su naturaleza los gobiernos requieren de préstamos constantes para financiarse, especialmente cuando crecen en tamaño y atribuciones. Por eso  la autoridad política terminó convirtiéndose en “mercenaria” de los dueños del dinero. 

La cosa se puso más interesante con la llegada de la era mediática e informativa de la Televisión y el Internet, ya que estas herramientas fueron las que le permitieron a la banca digitalizarse, con lo que finalmente logró emanciparse por completo del Estado, el cual aceptó la modernización de la banca como parte de la revolución tecnológica que movía al mundo. 

La banca privada hizo de la tecnología su mejor aliada, y fue gracias a ella que se dio la transición de dinero real al virtual de dígitos, ese que circula alrededor del mundo a través de las trillones de computadoras que posibilitan la era informativa.

Ya para cuando esto acontecía, la clase política había terminado de desregular las pocas barreras de escrutinio público que se tenían sobre la banca privada, hecho que la motivó a transformarse, de una meramente  comercial, a coronarse como banca de inversiones y especulaciones billonarias, o sea, casino-capitalismo.

El capitalismo financiero es un sistema económico que prioriza el movimiento de dinero virtual a velocidades increíbles en el ciberespacio, algo muy diferente a la fabricación tangible de cosas industriales. Fue así que la banca empezó a mover sus créditos y apuestas alrededor de todo el planeta en algo llamado “globalización financiera”, misma que exponenció su poder como nunca en la historia, convirtiéndolo en corporación trasnacional. 

Entonces, no hay que sorprenderse de que la banca privada ponga periódicamente de cabeza al mundo con su exuberancia irracional. Les han soltado demasiado poder, y lo han engrandecido por sus propios esfuerzos, aunque en el proceso hayan destruido todo orden legal, llevándose entre las patas a los políticos y sus proyectos nacionales, o sea, todo el proyecto de país.

La banca ha convertido al dinero en ideología, y su forma de vida de consumo nos ha empapado como nueva religión. Esta posmodernidad tecnológica le permitió a la banca crear sus propios símbolos, esos que nos seducen como consumidores, pero que a la vez nos controlan como servidumbre crediticia.

El mejor ejemplo de que la nación tronó como concepto funcional es el autoritarismo financiado que hoy impera, ese que el Estado utiliza para defender una idea que no pudo cuajar, por haberle permitido a un pequeño grupo de poderosos echarla a perder. 

De esto están conscientes algunas potencias emergentes como China, que han instalado un capitalismo de Estado para defender a la nación de los embates del desenfrenado capital. Es factible que con el tiempo esta idea colapse, pero la intención es tratar de controlar los flujos de crédito y la especulación hasta donde se pueda. Beijing sabe que lo que destruyó a América fue la ambición sin límites de su “aristocracia apostadora”, y en definitiva no lo quieren repetir.

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