Tuesday 17 February 2015

Democracia insustentable


`Una civilización democrática sólo se salvará si hace del lenguaje de la imagen un estimulo para la reflexión critica´

-Umberto Eco (1932- ) filosofo italiano

El manejo emocional de la política la ha convertido en un espectáculo, que realza las identidades para después enfrentarlas, bajo la pretensa de que así es la democracia.

Las campañas electorales técnicamente se venden como una oportunidad para informarse de las plataformas de los partidos, para que la gente forme su criterio antes de emitir su voto. No obstante dichas campañas buscan enfocar nuestra atención en asuntos menores, como son el genero, la etnia, la religión, la orientación sexual, la clase social, etc.

Las luchas electorales se centran en todo menos lo trascendente, y por eso acaban disparando nuestras emociones, empañando esa razón que técnicamente es el mecanismo democrático  para activar a cualquier sociedad. En pocas palabras, sus diatribas internas nos reducen al nivel de la magia, perpetuando el mito de que es únicamente a través de ese proceso que se posibilita el cambio.

La cosa funciona así. Primero se arrojan al espacio público precandidatos que claramente le causan animadversión a muchos, de acuerdo a las características que dichos actores han venido mostrando en los últimos tiempos. Esto hace enojar a la ciudadanía, la cual profundiza el enojo y la desconfianza que venia generando por inercia.  Es aquí cuando al cuarto para las doce el sistema modifica su postura, intercambiando lo notoriamente desaprobado por algo un poco más civilizado, para con ello tratar de demostrar que todavía hay cordura.

Este manejo de las emociones refrenda todo menos lo racional. Se nos termina uniendo alrededor de problemas compartidos, y no en función de las diferencias de pensamiento que son las realmente democráticas, y que de su correcta expresión depende nuestro presente y futuro.

Básicamente se nos seduce a sacrificar nuestra postura y creatividad individual a favor de un colectivo encrespado, que ha sido sometido a un grado de propaganda que lo ciega. Con ello se dispara el  instinto de venganza, y como resultado se vota en contra de aquello que causó tanta inconformidad.

Cuando nos fusionamos con otros desde lo mágico y lo emotivo perdemos de vista lo que somos como personas individuales, y eso es exactamente lo que el sistema ha logrado. Metafóricamente somos un lápiz sin punta, que ha sido estandarizado de acuerdo a las similitudes primarias, y no a las diferencias que nos hacen únicos.

Y mientras sucumbimos a este show mediático de relaciones públicas, perdemos de vista una oportunidad dorada para cuestionar lo que realmente importa desde lo racional.

Algunos puntos clave a discutir serían:

Uno, la inviabilidad del sistema económico neoliberal corporativista, que en su andar privado destruye lo público, y que por ende facilita la intrusión del Estado  en la vida de las personas, permitiéndole crecer en todo tipo de atribuciones para llenar los huecos que su misma ingobernabilidad creó. Dos, la permanencia del discurso de la seguridad, que convierte a la ciudadanía en victima, que irremediablemente tiene que recurrir a la autoridad para ser salvada. Tres, la centralización del poder a todo nivel, que transforma a las disputas ideológicas partidistas en meros simulacros populistas. Cuatro, la permanencia del dinero ilícito en el proceso `democrático´, tragedia que augura más de lo mismo, eso que la `política de la identidad´ trata de disuadirnos de.

No sólo nos empoderamos cuando nos juntamos para empujar el carro político hacia cierto punto. También lo hacemos cuando cambiamos nuestra percepción desde adentro -uniéndonos en intención- desde donde sea que estemos parados. Si no cambiamos lo que nos ata seguiremos igual, con o sin votaciones.

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