Tuesday 18 November 2014

Jardín de Bienestar


`Mira profundamente a la naturaleza, así entenderás todo mejor´

-Albert Einstein (1879-1955) filósofo alemán

Una forma segura de cambiar al país es reconstruir la comunidad desde sus bases y desarrollar una reciprocidad orgánica con el entorno en que vivimos.

La vida empieza con los niños, esos frutos de la naturaleza presente. Lo desafortunado es que vivimos en ciudades cada vez más urbanizadas, aisladas del contexto natural del que venimos. Es por eso que enfermamos, ya que cada vez comemos alimentos más procesados y artificiales.

Es cierto que todavía existen alimentos naturales en la ciudad, y de hecho, son los supermercados los que se encargan de ponerlos cerca de nuestras casas, ya que hemos extraviado a la naturaleza entre tanta urbanización. No obstante, los supermercados también representan la coronación de la sociedad del procesamiento, esa que avienta algunas plantas sobre la mesa, pero que por otro lado llena el resto con cosas de mentiras, esas que nos restan calidad de vida al consumirlas.

Nuestro problema de obesidad y falta de motivación viene de lo que comemos, ya que hemos separado la buena comida por precios –la orgánica y sustentable– que algunos se matan por pagar para mantenerse saludables. El problema es que la gente que no puede pagar lo que se vende como `saludable´ no tiene de otra más que comprar lo procesado, eso que se ha abaratado gracias a la mercantilización de la comida. Es por eso que muchos han deteriorado su salud, al grado de convertirla en algo que afecta a la comunidad y la cultura.

Si una persona no tiene salud corporal, por lógica no manejará bien sus emociones, lo cual afectará sus decisiones mentales en el camino. La base es el cuerpo, y sobre él se montan las emociones, y apenas encima la razón.

Lo que trato de decir es que corregir la forma en que comemos no solo es clave para nuestro cuerpo y su estética, sino también para el cómo nos sentimos y cómo discutimos lo que somos como comunidad.

Por eso considero que deberíamos traer de regreso lo que dejamos en el camino hacia la ultra-urbanización. Con esto me refiero a los jardines de niños de a de veras, esos donde los pequeños aprenden a plantar semillas mientras ven los frutos crecer, para así poder entender los ciclos y los tiempos de la naturaleza.

No estoy en contra de la escuela ni de la educación formal, pero creo que primero habría que sentar las bases naturales de la comunidad, antes de montarle la identidad a las personas. Fundamental sería el reconectarnos antes de colgarnos atributos, prácticas y etiquetas de todo tipo, incluyendo a la tecnología como la `salvación´. Lo que necesitamos urgentemente en ciudades como Monterrey es humanizarnos, para de ahí integrarnos en lo cultural y lo económico. ¿Cuál es la prisa por comprarle una tableta computarizada a un niño, cuando ni siquera le hemos enseñado a ser autosuficiente?

No solo hay que educar en formas de pensar; también hay que educar para ofrecer alternativas de vida que nos permitan reciclar ideas para romper estereotipos.

En vez de celebrar la abundancia consumista con base en el crédito y rellenar nuestros vacíos con productos `orgánicos y sustentables´ mejor reaprendamos a hacer comunidad desde la naturaleza. Tecnologizar la vida de los niños desde temprana edad es profundizar su futura despersonalización como adultos. Sustentabilidad es autonomía, y no marcas de moda.

La comida es con lo que nos activamos, ya que reconectamos con lo que somos, reciprocamos. No hay mejor enseñanza que la que la naturaleza misma tiene para nosotros. Volvamos a las prácticas buenas y seguras, no a las soluciones fáciles y cortoplacistas.

Quién sabe cuál sea el bien común; eso es algo cambiante. Por lo pronto se antoja más fácil vivir con simpleza, empezando desde el principio, para poder sembrar algo nuevo con nuestra participación.

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