Sunday 23 November 2014

De piñatas y enojos populares

“¿Cómo puede hacerse justicia descargando tus pecados sobre otros?”
Robert A. Heinlein (1907-1988) escritor estadounidense

La intención de evitar un enfrentamiento de gran escala con los manifestantes, que llevó a la cancelación del desfile del 20 de noviembre en el Zócalo, nos dio la oportunidad de presenciar un fenómeno único.

Decía el antropólogo James George Frazer, que el mago de las sociedades antiguas se convirtió en su primer jefe cuando sus actos de magia pública convencieron a la población de sus poderes, y fue por eso que le   encumbraron. Asimismo, Frazer relata que el líder debía mantener una apariencia de sabiduría, ya que una simple equivocación podía costarle la vida.

En la actualidad llamamos a esos líderes primeros ministros o presidentes, los cuales ocupan puestos de elección popular. En ese línea, la magia antigua ha sido sustituida por los resultados económicos de la modernidad, esos que dibujan el contorno alrededor de cualquier político que se presume como legítimo.

Por otro lado está el concepto del chivo expiatorio del filósofo Rene Girard, que en resumidas cuentas se refiere a un animal o persona que es  sacrificada para justificar la violencia, así como la restauración de la paz que supuestamente se logrará con su sacrificio. En ese sentido, el chivo expiatorio es el concentrador del odio de la comunidad, el cual debe morir para que se restablezca el orden.

La coraza de fuerzas armadas que protege a los jefes de Estado contemporáneos evita que se les ´ajusticie´ como antes. Por eso es que los inconformes suelen escoger sustitutos simbólicos para efectuar dicho sacrificio fundacional, como lo fue la quema de la ´piñata´ gigante del presidente Enrique Peña Nieto durante las manifestaciones en el Zócalo.

Esta quema del ´Judas´ puede interpretarse como un arrebato de la estafeta del chivo expiatorio, ya que generalmente es el Estado quien detenta dicho poder de crear enemigos para justificarse en la cima. La paradoja de la cancelación del desfile militar es que facilitó actos de expresión popular como estos, en donde por momentos el pueblo pudo ´abollar´ la corona del primer mandatario de la nación.

Dicho esto, aclaro que no todas las manifestaciones alrededor del país fueran violentas. No obstante, el fenómeno que se vio en el Zócalo fue algo demasiado simbólico como para ser ignorado. Interesante será el ver las consecuencias de dicho desmán, ya que es probable que la violencia seguirá  reverberando entre los grupos de protesta más radicales del país.

Comoquiera que sea, se vuelve necesario analizar este radicalismo, ya que aunque no refleja lo que las mayorías piensan, sí por lo menos debe de tomarse como un ´termómetro social´ para medir el nivel de las pasiones. No debemos de olvidar que para algunos la revolución armada es el único camino, por lo que hay que considerar lo sucedido como una llamada de atención.

El sociólogo francés Emile Durkheim se hubiere referido a las protestas del 20 de Noviembre como un claro caso de anomia, lo que equivale a la ausencia, el colapso, la confusión o el conflicto en las normas de la sociedad. Si la gente no se identifica con eso que se vende como superior, puede que le falte al respeto, especialmente si siente que eso con lo que hay que identificarse ha perdido un significado personal y colectivo.

Desde la óptica de la psicológica social lo acontecido puede entenderse como una crisis de la identidad mexicana. Yo agregaría que dicha identidad sufre cada vez que se viola flagrantemente la ley, cuando se exhibe así la monumental corrupción a la que nos hemos acostumbrado. Para mi, la aparición en pantalla de Angélica Rivera fue el refrendo televisivo de lo que somos, o por lo menos, de lo que nos hemos permitido como sociedad. Ese ´tótem´ de mentira y corrupción lo hemos construido todos, al dejarnos  seducir por ese perpetuo circo mediático de pantalla.

Otra perspectiva de las demostraciones como la quema apuntarían al colapso del Pacto Social entre políticos y ciudadanía, y es ahí donde figura la vehemente violencia con la que se selló dicha ruptura.

Y que decir de la toma del Palacio Legislativo de Hermosillo, Sonora, el cual fue asaltado por un ecléctico grupo de ciudadanos que aprovecharon para ventilar todo tipo de demandas. Aquí no cabe más que agregar que este golpe de Estado popular pudo ser motivado por algunas de las categorías incluidas en este escrito.

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