Las antiguas civilizaciones
mitológicas que dejaron impresa su huella cultural en el mundo, lo hicieron en gran parte por su
utilización de la escritura. Esta herramienta tecnológica logró estructurar al lenguaje hablado
en relaciones sociales con relevancia para su colectividad. Pero para conseguir
eso primero fue necesario el sobreponerse a la magia como forma de organización
colectiva. Con esto me refiero al haber
trascendido a las sociedades que eran lideradas por figuras que
lograban convencer mediante una
combinación de carisma y la dependencia en la adivinación. Una forma de poder
había surgido al momento en que las predicciones de carácter grupal lograban
cumplirse satisfactoriamente, confiriéndole una especie de autoridad a la
figura que las directamente las ejercía.
El antropólogo James George Frazer describe este fenómeno como
una forma de legitimación de carácter publico, ya que el grupo que se sometía a
estas practicas era vindicado, lo que lograba unir a su gente hasta cierto
punto. Pero las sociedades mágicas - lideradas en muchos casos por chamanes o
brujos - no se lograron cohesionar de forma compleja por muchos factores, pero
uno fundamental era que carecían
de tecnologías que lo corroborasen de forma mas integral. El poder del chaman o el brujo recaía en la capacidad que
este tuviese en convencer a la gente de las bondades de su ‘magia’ personal.
Pero el riesgo de equivocarse se pagaba en algunos casos con la muerte. Este mediador entre el mundo
natural y el sobrenatural estaba limitado a los alcances de su propia
personalidad en su afán de
convencimiento.
El mundo de la consciencia
colectiva mitológica trasciende al de la consciencia mágica. Este nuevo mundo
social estaba basado en poderes mucho más ‘reales’ y tangibles, como el lograr
proveer de los recursos necesarios
a una población más
numerosa que habitaba un mundo
social mucho más complejo. Fue gracias a esto que el patriarca logro
establecerse como el poderoso en esta nuevo periodo de organización social. El
mito dejaba atrás a la magia como forma de agrupar a los muchos, aunque esta
ultima no desapareció por completo, ya que el líder patriarcal requería por lo
menos de imitar ciertas practicas mágicas para simbolizar un nuevo liderazgo. Los nuevos patriarcas de la
era agrícola cooptaron las funciones chamanicas para justificarse, pero lo
hicieron en sentido ceremonial únicamente. Su verdadero poder devenía de la
capacidad de organizar a la colectividad, y para ello la escritura fue la
tecnología fundamental.
Pacal – antiguo jefe mitológico maya – representaba las características
de un chaman, aunque la forma en que se legitimaba era más por herencia y
dicurso que por conjuros mágicos.
Aunque el lenguaje hablado es
en si mismo una tecnología de
comunicación, no es realmente hasta la invención de la escritura donde
pudiésemos decir con certeza que esta forma de comunicación se vuelve una
tecnología que estructura a la sociedad alrededor de mitos escritos, que
mediante una cultura patriarcal, realza las funciones de los lideres de una
manera discursivamente relatada. El lenguaje como símbolo escrito estructuró el significado de los sistemas de
creencia colectivos. Pero también
organizó las funciones sociales de los miembros principales del grupo.
La escritura fue a grandes
rasgos lo que administro los códigos civilizatorios que nos ayudan hoy a
entender los motivos detrás del
desarrollo y el establecimiento del poder centralizado. Los primeros Estados
dependieron de la escritura para establecerse como tal en conjunción con las
elites que participaban del poder simbólico de la comunidad. La escritura
expande enormemente la trasmisión del poder, ya que realza el sistema
patriarcal y de parentesco hereditario mediante historias, a la vez que
ensancha el espacio y el tiempo de sus dominios. Alguien pudiera haber no
conocido a su líder personalmente, pero siempre existía algo escrito que lo
justificase como tal, independientemente de la ignorancia de ello.
El día de hoy podemos darnos
cuenta de cómo las nuevas
tecnologías refuerzan las múltiples identidades compartidas de
cualquier colectividad. El ‘refinamiento’ de una sociedad no proviene de sus
miembros individuales (fragmentos) ni de su participación en un agregado
colectivo. Los que engrandece y legitima a cualquier grupo contemporáneo es su
dependencia en tecnologías que le permiten al individuo internalizar mas eficientemente los símbolos y
significados grupales, a la vez que facilitan la reproducción externa y objetiva de las estructuras
culturales (y demás normas, reglas y valores) de organización y poder. Todo
este sistema se moviliza a través
de redes sociales e instituciones que tecnológicamente forman a dicha colectividad.
Pongamos como ejemplo a la
identidad nacional danesa. La tecnología no solo hace funcionar las
comunicaciones y el transporte publico y privado de forma competitiva, si no
que también permiten que la identidad pueda materializarse en hechos concretos.
Las instituciones y la infraestructura hacen al país, pero si estas no
estuviesen apoyadas con redes tecnológicas avanzadas, la velocidad de
interconexión tangible de la sociedad y el desplazamiento de caracteres
simbólicos harían de esta una sociedad
tradicional a lo mucho. O sea, no solo es la educación la que hace la civilidad la clave para el
funcionamiento cívico, si no que también es la tecnología que lo sustenta todo.
Es obvio que sociedades mas pequeñas en sentido demográfico facilitan este
proceso. Pero sin tecnología los
cuatro millones de habitantes de cualquier país estarían confinados a
organizarse como cualquier sociedad subdesarrollada en sentido tecnológico.
Pero algo fundamental para el
reforzamiento de las identidades colectivas es que estas logran consolidarse mejor en contextos
urbanos, los cuales permiten delimitarse como espacios de representación para
múltiples identidades convencionales. Aquí la tecnología logra la función de
eficientar dichos procesos. Para esos fines citadinos las más funcionales
serian: trenes subterráneos, vías
y calles en superficie para trafico de vehículos, sistemas de computo y de defensa, y aparatos de
telecomunicación como el radio, la televisión y la telefonía.
La tecnología hace de la vida en
ciudad algo logísticamente posible. Pero también refuerza las relaciones
sociales y culturales que de ahí emanan, logrando reproducir y reforzar el
discurso que hace de dicho contexto uno que vive para si mismo. Esta forma de habitación contemporánea
también facilita la homologación de los fines grupales, cualesquiera que estos
sean. Una enorme oferta de símbolos, significados y motivaciones para nuestras
vidas están disponibles y se proyectan desde pantallas de todo tipo. Y al
parecer la tecnología es solo un paliativo para nuestras necesidades arquetípicas
de magia, reminiscencias de aquella antigua forma de vida todavía añorada.
Somos conscientes de un yo
convencional y de un nosotros compartido, pero la parte exterior controlada
mediante la tecnología es una excelente manera de corroborar lo que
interiormente sospechamos. La tecnología hace de cualquier grupo un mito
artificialmente sostenido. Es por eso que las sociedades tradicionales detentan
características más comunitarias que las modernas urbanizadas. Estas últimas
hacen de la comunidad algo confuso, sustituyéndola con narrativas impersonales,
que solo logran alinearse en momentos en que las tecnologías nos acercan, pero
que solo lo hacen durante el
tiempo en que la ilusión
tecnológicamente sustentada lo permite.
Ulteriormente, la tecnología es el conducto y el sello de cualquier pacto social.
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