Saturday 11 May 2013

Deposita aquí tus esperanzas






‘Dime como reclama tu pueblo y te diré cómo son tus dirigentes’

- Gerardo Dayub

Quiero empezar por separar la estética del deporte  que entendemos como el futbol, del fenómeno del fanatismo que enloquece a millones de espectadores alrededor del mundo. Existen países en donde la  adicción a las ‘emociones’  que se desprenden de patear una pelota  superan por mucho a las de nuestro país, con ejemplos como Argentina e Italia.

Pero esto no le quita el hecho de que la interpretación y vivencia de este deporte se ha convertido en un  fenómeno con ramificaciones psicológicas y sociales para la comunidad, particularmente en Monterrey.  El clásico regiomontano ha venido ‘evolucionando’ para convertirse en el epitome de nuestra cultura, justificado en que supuestamente representa un momento de sana diversión, en donde la competitividad y la superación son lo que se enfatiza.

La verdad es que detrás de la etiqueta del futbol como  deporte, se encuentra la antropológica lucha humana por sobreponerse al enemigo - al diferente -, lo cual históricamente ha desembocado en los tribalismos  de clan y de nación bajo los cuales hemos organizado nuestras existencias. En ese sentido, el futbol es una especie de guerra sublimada. Y solo es bajo el hechizo de un momento denominado ‘Gol’ que  temporalmente se  le permite al individuo exorcizar  todo  esa frustración que ha sublimado de su consciente, la cual inconscientemente le depositó a su equipo.

El futbol es la mejor forma de entender como opera la política. El político crea divisiones para después unirlas, pero siempre busca mantenerse como el unificador, para con ello perpetuar su relevancia. En el caso de las identidades locales - como la del regiomontano - el futbol funciona como repositorio de las  proyecciones individuales y colectivas. En pocas palabras, las necesidades de pertenecer a algo mayor a nosotros mismos es obstaculizado por la de otros de hacer los mismo, y por eso les atacamos. El futbol, como se vive aquí, no canaliza las pasiones ni pacifica a la gente. Todo lo contrario, exacerba las pasiones y concentra la alienación social de muchos, en función de la fijación de sus expectativas de vida en el grado de veces en que una pelota acaricia las redes.

Mas aun, este espectáculo se ha vuelto en una de los mejores escenarios para observar la gradual pero segura privatización de todo lo que se aparece en el camino  hacia más de lo mismo. Por eso los bosques, los espacios públicos y la paz de muchas familias son solo apéndices en la construcción de futuras narrativas ‘emocionantes’ para la comunidad.

La  hegemonía cultural que representa el futbol es mayoritariamente privada, no pública. Que el futbol sea más importante que ir a un museo, o gozar de actividades comunitarias incluyentes, es el reflejo del grado en que hemos claudicado de lo público. Por eso es ahí - detrás de esa pelota - en donde la cultura dominante coloca como prioridad los valores que quiere para otros en el menú de sus exigencias. Al cabo todo juega a favor de la mayor injerencia corporativa en nuestras vidas. Es así que en ausencia de una cultura propia siempre seremos provistos de una. Pero claro, solo por una módica suma. Es por eso que el estadio es la caldera de la identidad, en done se cuece la división de la ciudad entre  dos marcas corporativas.

Esta enajenación colectiva no solo es el resultado de causas como las descritas, si no que a su vez se convierte en caldo de cultivo para los más antiguos experimentos de control social.  No solo la antigua Roma estaba plagada de pan y circo, nosotros hoy jugamos aquí lo mismo. Pero la peculiaridad del México de hoy es uno en donde el Estado aprovecha para delinear su dura presencia, capitalizando la focalización de la atención sobre un evento para mostrar el derroche de dinero público, en supuesto afán de prevenir la ‘inseguridad’ social. Este es un juego igualito que aquel, pero sin pelota. Pero en esta versión el que pierde somos nosotros, chivos expiatorios sacrificados en el asunto.



En vez de reconocerse como el termómetro de la inconformidad social de muchos, el evento sirve para que el Estado se muestre como una fiera, la cual esta ahí en supuesta defensa ciudadana. Pero yo me pregunto, ¿por qué le permiten decir lo que quieran a los medios de comunicación, mismos que no pierden tiempo ni dinero  para dividir aun más a la gente? ¿Por qué permiten que se  lubriquen aun más las pasiones con el constante flujo de la droga social (alcohol) que más exacerba la violencia?

La excusa para estar incrementando la seguridad es que la gente no sabe controlarse. ¿Pero a poco eso justifica el estar gastando millones en cada vez más hombres armados y cámaras y helicópteros de vigilancia? ¡Somos una sociedad que ha venido aceptando la violencia como algo natural! Pero en vez de tratar de entender las raíces del odio, preferimos seguir paliándolo con superficialidades. 


























1 comment:

  1. "Pero en vez de tratar de entender las raíces del odio, preferimos seguir paliándolo con superficialidades. " very nice indeed

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